La idea de justicia social comenzó en la discusión política en Argentina a partir de la inmigración europea, particularmente entre fines del siglo XIX y principios del XX, estos inmigrantes, provenientes principalmente de Italia y España trajeron sus experiencias laborales, ideas anarquistas y también sus ideales de organización social, influyendo en el desarrollo del movimiento obrero argentino.
La pregunta era cómo materializamos esas ideas de justicia social, la respuesta es, de eso se encargó el peronismo. El desarrollo de los planes quinquenales, con la industrialización, planificación en el uso recursos naturales y su explotación, creación de universidades, desarrollo de polos científicos, erradicación de problemas endémicos de salud, planes de vivienda, distribución de la riqueza, hizo que se incorporaran muchos obreros a la clase media como sello característico de la sociedad argentina.
El sociólogo Juan Carlos Torre en una exposición en la conferencia episcopal de Buenos Aires el 23 de noviembre del 2024, definía el “impulso igualitario argentino" como “la pulsión igualitaria que es inescindible de nuestra identidad” y que no existe en el resto de Latinoamérica a principios del siglo XX.
Muchos recuerdan la frase de Patrón Costa “Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno y luego también, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía! ¡Discutía!”
Hay en ese impulso una identidad de clase, dónde hasta hace unos años éramos todos de clase media, porque en nuestra sociedad había una gran capacidad para incorporar a sucesivas generaciones al trabajo, la educación, al bienestar, ofreciendo oportunidades de progreso personal y colectivo, lo que nos debe quedar claro como dice Torre “una sociedad con un perfil más igualitario será más difícil de gobernar porque siempre hay distancia entre el cúmulo de expectativas que suscita y las posibilidades concretas de satisfacerlas” y eso explica muchos de los vaivenes de la clase media y el peronismo.
Guillermo Olivetto escribió el libro “Clase media, mito, realidad o nostalgia” donde señala “Durante mucho tiempo, en la Argentina, decir que uno era de clase media no era una categoría económica: era un modo de estar en el mundo. Ser clase media implicaba pertenecer a algo mayor que uno mismo. Había un proyecto en marcha, una promesa implícita: si hacías las cosas bien, había premio. Un trabajo estable, vacaciones en Mar del Plata, una heladera, el guardapolvo blanco de los hijos en la escuela pública. No era opulencia: era dignidad”.
La situación actual parece desdibujar el impulso igualitario, por el estado de fragmentación social, se estancó la movilidad social ascendente y hay estratos de población cada vez más vulnerables.
Un estudio de la consultora Moiguer, nos muestra que la clase media hoy está desdibujada en su imaginario de que somos todos de clase media. Mientras que en 2004 el 91% de la sociedad se autopercibía de clase media, ese porcentaje hoy es del 74%. Además, un 9% de personas se consideraba de clase baja en 2004, y hoy ese porcentaje es del 26 %.
Guillermo Olivetto lo llama mutación genética. No en el cuerpo, sino en la cultura. En lo más hondo de la identidad argentina. Durante décadas, generaciones enteras se miraron al espejo y vieron a una persona de clase media. Aun en la pobreza material, aun sin crédito, sin obra social, sin casa propia. El imaginario era más fuerte que los hechos.
Hoy, eso se deshace. Un día alguien deja de decir “soy clase media “o “Depende del mes”. Hay meses en los que se es clase media. Y otros en los que no. “Pobreza intermitente”. Una expresión nueva, brutal, dice Olivetto.
Hoy mucha gente tiene pánico de caer en la pobreza y no hay estímulos desde el gobierno para impedirlo, no hay planes de vivienda, no hay obras de agua y saneamiento, no se apoyan actividades que generen empleo, se cuestiona la ciencia y la educación superior, se desfinancia la salud pública, todo lo tiene que hacer el privado y la clase media se diluye.
Los errores de los gobiernos que entienden que la generación de empleo, la distribución de la riqueza, las inversiones en competitividad y educación, la contención social, es responsabilidad del estado, nos han llevado a que la sociedad elija un modelo de concentración de riqueza y que un médico o un maestro ganen menos por su trabajo que lo que establecen los indicadores económicos para no ser pobre.
Debemos terminar con el "sálvese quien pueda" y la pobreza intermitente, que nunca fue la característica argentina sino más bien con la frase del Eternauta, de moda ahora, “nadie se salva solo” y apuntar a que el esfuerzo sea hecho entre todos y que los costos se distribuyan equitativamente, que se puede volver a construir la sociedad con impulso igualitario del siglo XX en este siglo XXI.