Indigencia

Casi 18 mil niños mendocinos no acceden a la alimentación básica

Los números de indigencia bajaron en el último año, pero hay miles de chicos de menos de 14 años con problemas nutricionales y necesidades básicas insatisfechas.
domingo, 18 de mayo de 2025 · 00:00

El Gobierno nacional se jacta de haber bajado los niveles de pobreza en los últimos meses, pero lo cierto es que los datos oficiales muestran una situación alarmante: uno de cada diez niños del país se encuentra en condición de indigencia. Es decir que sus familias no ganan lo suficiente para cubrir el costo de una Canasta Básica Alimentaria (CBA).     

La información corresponde a diciembre de 2024 y refleja la realidad de los menores de 14 años de todo el país. En Mendoza, los números mejoraron en el último año -la indigencia infantil se redujo de 20% a 7,5%-, pero aún hay 17.837 niños en condición de indigencia, según informa el Indec.

Además, en agosto de 2024 Fundación Conin presentó un informe en el que reveló que siete de cada diez menores de 14 años presentan problemas nutricionales en la provincia. Entre ellos, el 26% tiene algún grado de desnutrición, lo que demuestra que en sus casas no les dan el alimento básico necesario para una vida saludable.

Problema de todas las edades

De acuerdo a los últimos datos publicados por el Indec, la condición de indigencia aumenta a medida que los niños van creciendo. En detalle, en el rango etario que va de cero a cinco años, el nivel de indigencia es del 10,5%. Además, el 38,7% son pobres no indigentes; es decir que sus familias ganan lo suficiente para cubrir el costo de una Canasta Básica Alimentaria, pero no perciben tanto como para adquirir los productos de una Canasta Básica Total (CBT).

De los seis a los once años, los números son más altos. Hay un nivel de indigencia del 12,1% y un índice de pobreza del 40,6%. Es decir que en ese rango etario ya son más las personas con alguna necesidad básica insatisfecha que aquellas personas que tienen cubiertas el total de sus necesidades.

Por último, el Indec presenta el detalle de las condiciones socioeconómicas de las personas que tienen entre 12 y 17 años. De acuerdo con el organismo de estadísticas, en ese rango etario el 13,7% son indigentes y el 41,4% sobre pobres no indigentes.

Las consecuencias de la indigencia

Los números son claros. Los datos de indigencia infantil han mejorado en el último año, pero aún hay miles de niños que comen mal y tienen necesidades básicas insatisfechas.

Gabriela Sabio, directora Médico Asistencial de Fundación Conin, explicó que la inseguridad alimentaria se convierte en desnutrición cuando no hay recursos para acceder a alimentos o se opta por productos de bajo costo con escaso valor nutricional. “En pobreza, más del 50% del ingreso debería destinarse a la alimentación. Si no alcanza, las familias dejan de comprar comida o se saltean comidas. Y eso tiene consecuencias directas: desnutrición, desnutrición oculta o, en el otro extremo, sobrepeso y obesidad”, detalló.

Gabriela Sabio de Conin.

La especialista explicó que los primeros mil días de vida, desde el embarazo hasta los dos años, son determinantes. “Si no hay una buena alimentación en esa etapa, las consecuencias duran toda la vida. Afecta al desarrollo físico, pero también al coeficiente intelectual”, sostuvo. También advirtió que muchas veces la falta de dinero se combina con otras carencias: servicios básicos deficientes, escasa educación y falta de acceso a controles de salud.

Conin ya relevó a más de 12.000 niños en Mendoza. “Vemos que los valores se mantienen. Seis de cada diez chicos en situación de pobreza presentan algún grado de desnutrición. Y crece de forma preocupante el sobrepeso infantil, que también está asociado a una alimentación de baja calidad”, apuntó Sabio. Según explicó, se trata de un fenómeno cada vez más frecuente: el consumo de harinas y alimentos ultraprocesados desplaza a frutas, verduras y proteínas, indispensables para el desarrollo infantil.

Una pobreza que se hereda

Graciela Cousinet, socióloga y vicedecana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, explicó que la indigencia, medida por ingresos, es apenas la punta del iceberg. “Son familias que no pueden cubrir la Canasta Básica Alimentaria, pero eso no significa que el resto esté bien alimentado. Es muy probable que muchos niños tengan un déficit nutricional, incluso dentro de hogares que no son considerados indigentes”, señaló.

Según la especialista, los efectos de la mala alimentación en la infancia son múltiples: “Pueden tener deficiencias físicas y cognitivas. Es probable que no logren completar la escolaridad obligatoria y que el día de mañana tengan dificultades para insertarse en el mercado laboral. Ese es el daño más grave: el que no se puede revertir”.

Cousinet remarcó que la indigencia también implica falta de previsibilidad y trabajo inestable. “Son familias que viven el día a día, sin ingresos fijos. Eso genera un impacto psicológico muy fuerte. Se trata de una marginalidad estable, donde los niños ven a sus padres y abuelos en la misma situación. Esa transmisión generacional de la pobreza es una de las principales barreras para salir”, advirtió.

Un problema estructural

Los datos muestran una leve mejora en los indicadores de indigencia, pero las condiciones de vida de miles de niños mendocinos siguen siendo preocupantes. En muchos casos, la falta de ingresos no es el único problema: se suman el acceso limitado a servicios de salud, educación, agua potable y una alimentación adecuada.

A esto se suma una pobreza que se reproduce de generación en generación, y cuyas secuelas van mucho más allá de las estadísticas. Porque no se trata solo de números: detrás de cada porcentaje hay una infancia marcada por la privación y un futuro condicionado desde el nacimiento.