Una Europa sin amigos entre las grandes potencias por primera vez en casi un siglo se juega buena parte de su futuro en una cumbre tensa, algo histérica en las calles de Bruselas, como en un ambiente de fin de época.
La capital belga amaneció rodeada por cientos de tractores. Voló alguna piedra, los tractoristas quemaron balas de paja y la policía cargó para contenerlos fuera del perímetro de seguridad de la cumbre, pero nunca tuvieron una chance de bloquear la reunión, a pesar de generar unas imágenes espectaculares.

El resto de la ciudad vivió, esta mañana de jueves, sobre todo con malestar la protesta, porque obligó a suspender el tránsito en buena parte del barrio europeo de Bruselas y a suspender líneas de colectivos. La ciudad, sede de las instituciones de la Unión Europea y de la OTAN, está acostumbrada a las manifestaciones, que se suceden casi a diario.
El campo europeo protesta por los acuerdos comerciales (como el que se intenta aprobar definitivamente ahora con el Mercosur), por las políticas climáticas que entiende como un ataque y por los precios de sus insumos y de la energía. Sus protestas parecen políticamente amortizadas y las cesiones que consiguen están muy lejos de sus peticiones. Los dirigentes tienen palabras para los que protestan, pero apenas cambian sus políticas.
El campo europeo se siente maltratado, aunque los datos económicos son apabullantes. Su mercado europeo está protegido, recibe decenas de miles de millones de euros en subsidios cada año y en 2024 exportó por valor de 220.000 millones de euros, con un superávit comercial agropecuario superior a los 30.000 millones de euros. Los números no calman a unos agricultores que hicieron todo lo posible por alterar la reunión.
El campo protesta y los dirigentes escuchan las protestas desde el Justius Lipsius, el edificio que acoge las cumbres europeas. La cumbre es tensa porque Europa se encuentra en una nueva era geopolítica y muchos dirigentes siguen asimilando que al tradicional enemigo ruso se une un Estados Unidos que, por primera vez, ve en Europa un adversario, no un aliado.
La cumbre debe sacar adelante la forma de usar los más de 210.000 millones de euros de activos rusos bloqueados fuera de Rusia, 140.000 de ellos en la empresa belga Euroclear, una cámara de compensación por la que pasan más del 90% de las transacciones financieras del mundo. Bélgica se niega, porque teme represalias rusas (y no sólo legales). Gobiernos controlados por partidos de extrema derecha, como el húngaro, el eslovaco, el checo o el italiano, se unen a Bélgica.
La Comisión Europea busca alternativas, como la de financiar a Ucrania con una emisión de deuda pública europea avalada por los Estados miembros en función de su peso económico relativo en el bloque.
Al cierre de esta nota no había acuerdo, y probablemente no lo haya este jueves y cueste horrores sacarlo adelante el viernes. La Administración Trump no es favorable al uso de los activos rusos, pero Europa tiene que financiar a Kiev porque a los ucranianos se les acaba la plata en marzo.
El primer ministro polaco, Donald Tusk, dijo a su llegada a Bruselas que era preferible mantener financieramente a Ucrania que verter sangre europea. Se refiere a que Rusia, si tomara Ucrania, no se conformaría y buscaría hacerse con más países europeos.